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sábado, 4 de abril de 2009

ZONA DE PELIGRO


ANDRES REYNALDO: Zona de peligro
POLICIAS ANTIMOTINES se enfrentan el miércoles pasado a los manifestantes en el distrito financiero de Londres, durante la cumbre del G20. Los líderes mundiales reunidos en la capital británica debatieron medidas urgentes para restablecer el crecimiento económico.
LEFTERIS PITARAKIS / AP
By ANDRES REYNALDO
En China, el ideograma que significa crisis está compuesto de dos caracteres: uno representa peligro y otro oportunidad. Esta observación del presidente John F. Kennedy (o quizás mejor de alguno de los escritores de sus discursos) el 13 de mayo de 1960, en Maryland, ha sido muy citada en los últimos tiempos. Menos famosa es la advertencia, expresada entonces casi a continuación, de que cuando una oportunidad se pierde acaso no regresa jamás.
Para los chinos, por cierto, la crisis ha sido una oportunidad única desde que a principios del siglo XV las flotas del almirante Zhen He surcaban invencibles los mares bajo las feroces e ilustradas banderas de Zhu Di, el tercer emperador de la dinastía Ming. El presidente Hu Jintao llegó a la reunión del G-20 en Londres con la au-
reola de un salvador, si no de un conquistador. Aun en medio de la catástrofe, la economía china posiblemente ya haya desplazado a Japón como la segunda del mundo. Sus reservas de $2 billones acaparan la ilusión de países en recesión e instituciones internacionales en quiebra. Zhen He, que era un eunuco, murió con sus testículos en la mano a fin de entrar a los cielos como un hombre completo. Con los suyos debidamente colocados, al cabo de seis siglos, Jintao agitó ante los principales poderes de la tierra el recuperado estandarte de la preeminencia geopolítica.
Para Estados Unidos, en cambio, esta cumbre fue un ejercicio de humildad. Hace 80 años, los norteamericanos también arrastraron a Europa a una recesión. Pero los europeos tuvieron poco que decir cuando Washington dictó las reglas de las finanzas al final de la Segunda Guerra Mundial. Esta vez, como bien precisó la canciller alemana Angela Merkel, la Europa desarrollada y democrática atraviesa solamente una crisis económica mientras que aquí nos enfrentamos además a una crisis social. Merkel, y el presidente francés, Nicolás Sarkozy, amenazaron con abandonar las conversaciones si no se implementaban fuertes medidas de supervisión de las finanzas globales. Obama puede cantar victoria al regresar a casa con un promisorio acuerdo de compromiso. Se lo debe, en mucho, a la mediación del primer ministro británico, Gordon Brown, ante sus colegas del viejo continente y de las naciones emergentes. A diferencia de los Acuerdos de Breton Woods, de 1944, ese texto final es un dictado a varias voces y con varias condiciones.
Estamos en los inicios de una impresionante transformación tecnológica, económica y social. Todas las naciones tendrán que aprender el futuro. A Estados Unidos le toca una tarea mayor: aprender también del pasado. Y de los otros. En ese aprendizaje, Obama ha dado un gigantesco paso al reconocer la responsabilidad norteamericana en el actual desastre y mostrarse dispuesto a escuchar. Días atrás dijo que debíamos estudiar el modelo educacional de Corea del Sur. Lo que medio siglo atrás hubiera parecido un chiste, hoy se nos hace una necesidad de supervivencia. Ninguna otra de las naciones occidentales ricas, sin contar a muchas de las pobres y no occidentales, ofrece a sus ciudadanos un marco tan mediocre como ofrecen los Estados Unidos en las esferas de la educación, la salud, las prestaciones sociales, el transporte público y los derechos del trabajador y la mujer. Poco a poco, el sueño americano ha ido derivando de la promesa a la falacia de una pesadilla.
Esta semana, en Londres, tal vez no haya nacido un entendimiento financiero a largo plazo. Ni pensar en un nuevo orden mundial. Pero sí murió la influencia global del neoliberalismo: la última de las grandes pestes ideológicas de nuestra época. Asimismo, la Europa de la civilización, la solidaridad y la razón, alzó sus prerrogativas. La alta política ha dado un golpe de timón hacia el centro. Para Obama ha sido un bautismo de fuego. Es reparador creer que ya no somos capaces de imponer a los demás nuestros errores. Nos quita lastre. Aclara nuestra brújula. Nos pone a la altura de la oportunidad.

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